martes, 31 de diciembre de 2013

Arde

Hay ciudades que arden por una mujer.

También hay historias legendarias
de nombres engendrados
en el mito y el rumor lejano
de una memoria de tiempo,
piedra, y edades humanas.

El origen de un nombre.
El origen de tu nombre, Irene.

Existe, es, y fue,
tal vez, una edad distinta.

Mi cuerpo arde como una ciudad
fundada en la soledad y la ley
de vivir cada día un poco menos.

Un poco más lejano,
como un viaje de vuelta
al hogar.
Pero sin un hogar al que volver.

La guerra cotidiana de cercar
fotografías, de ignorar la existencia
que duerme atrincherada en mi sofá
con aquella posición tuya sobre mí,
tumbada, como un rito.

La música que dejo de ser tu voz
ya no vive en los pasillos.
Mi habitación ya no esta habitada,
y se conforma con las grietas
de las paredes
marcando cicatrices.

Mi cuerpo arde.
Necesito un par de monedas para los ojos.

No sé viajar al otro lado
sin una promesa clara de horizonte
o una caída vertical.

Alguien alguna vez me dijo
Que no se puede caer desde abajo.
Hay una caída por cada nombre,
hay un fin por cada mito.

Y así vivo mi vida como una tragedia griega.
Cotidiana.
Pero griega.

Digna de un nombre sin leyenda
que arde sin ciudad.







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