Hay
nombres que son
el
recuerdo de una ira.
Belén
por ejemplo.
Que
me enseño los secretos
del
tierno amor adolescente
lleno
de dudas y naufragios,
de
noches de cartas en blanco
y
veranos tan soleados como
el
recuerdo del primer beso,
el
mismo que invade por primera vez
dos
bocas llenas de dudas
y
de nuevas traiciones.
Hay
otros nombre que son
los
primeros pasos de tu historia.
Jimena
por ejemplo.
Que
me enseño la confianza
y
la alegría que guardan los viajes
en
los trenes de Madrid.
El
invierno y las botas sucias
de
los conservatorios y la tradición
tan
suicida como es quererse sin saberlo.
Sí.
Jimena me enseño a que nunca
hay
que ponerse dos veces los zapatos
antes
de marcharse sin avisar,
y
a mentir a los diarios que escribimos
como
un regalo de otro tiempo, de otra edad.
Hay
nombres que recuerdan una aventura
o
sueños imposibles
Laura
por ejemplo,
Que
me enseño la paciencia y los imposibles
y
que no se puede nunca luchar contra
corazones
de papel, y esperanzas tan
humildes
y egoistas que se contradicen
según
se rozan esos labios.
Sí,
Laura me enseño a no traicionar juicio y conciencia,
a
no mentirme demasiado pronto para dormir
o
tan tarde como para no quererme despertar
y
no maltratar los sueños que se desvanecen
entre
lágrimas y abrazos amistosos, despedidos
por
los bajos fondos de Madrid .
Hay
nombres que te recuerdan cada día quien eres,
Ana
por ejemplo.
Que
me enseño el amor, la tristeza,
la
alegria, la soledad, los viernes.
Las
noches interminables entre voces de teléfono,
camas
vacías, y cuerpos tan distintos,
También
me enseño a aprender de los desnudos
y
a vivir con el sentido más estricto de la vida,
Los
amores que se acaban, con el corazón
vacío,
desgastado por la soberbia impuesta,
del
orgullo mas callejero que un hombre
puede
mostrar al querer a una mujer,
al
intentar imponer su amor por encima de ella misma.
Sí,
Ana me enseño, la paciencia del amor
y
sus dudas negras arrinconadas
en
lo más hondo de nuestro corazón.
También
me enseño la sensatez
y
el desorden de dos cuerpos
que
no saben compartirse,
ni
vivir unidos, ni morir separados.
Hay
nombres importantes en cada vida,
los
míos procuro recordarlos,
aprender
de sus letras y apellidos,
a
convivir con ellos aunque a veces
duela
más la propia vida
que
lo que nos queda de ella misma.
Hay nombres que son pedazos de otras vidas.
Irene,vida mía, por ejemplo,
no me pertenece a mí,
tampoco al tiempo o la memoria.
Este pedazo de piel entre pieles
de habitaciones separadas
de inexistencia
o no saber si estuve allí
o cierta torpeza a la hora de abrazarte
si te vas.
Todas aquellas cosas que nos recuerdan cómplices.
Si esque alguna vez hubo complicidad,
o tan sólo complaciencia.
Son tan parte de mí
como el coraje que me falta.
Esos trozos de historia íntima,
de temprana enfermedad
existen en fragmentos de nosotros,
de los otros sin nosotros.
Por eso hay
nombres que nunca se me olvidan.
Por
eso sé, que yo me llamo Alejandro.