lunes, 25 de noviembre de 2013

Tristia

Los hombres tristes no saben amar.
No saben pedir permiso.

No conocen la sonrisa de sus actos,
las dudas calientes que ofrecen
sus caras sentadas en la lluvia.

Te prometo que yo no soy así.

No sé mirar si llueve,
tampoco pido permiso.

Acostumbrados a la fe
nunca fueron hijos de Dios.
Fueron los hijos del tiempo
y las miserias quienes acorralaron
la tradición de los Domingos.

La tradición de un cuerpo inventado
explica muchas veces una historia personal,
tantas veces explicado el mundo.

Tantas veces acostumbrada una sonrisa.


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