miércoles, 20 de noviembre de 2013

Siempre es tarde cuando se trata de mí.

El calor de mi cuerpo, se mide
por la distancia quemada de tus ojos.

La vergüenza de saber que cada vez
que intento sonreír, me recuerdo
mentiroso enfrente de ti sin saber
ser yo de verdad.

Tu yo más íntimo.
El que te entendía a pesar
de mis mentiras.

Yo, que sólo se vivir mi propia mentira.
Mí talento innato para hacerte daño
y rechazarte, aún sabiendo que si
me decías que sí, si me decías que me querías,
Salías perdiendo y yo ganaba.

Nunca he sabido ganar.
Y lo más triste.

Nunca he aprendido a perder.
a perderte a ti.

Que aunque piense que esta carta
va dirigida para ella, los dos sabemos
que hablo de ti.

Hablo del miedo, de las dudas y del odio.
Hablo de amor y sufrimiento.
Hablo de la noche en la que compartimos
un abrazo y yo sentía que en el fondo
siempre te importado y yo sólo pagaba
con una habitación pequeña y fría,
y un corazón despacio,
temeroso de la imagen desnuda de tus ojos
enfrente de mi cuerpo tembloroso
sujetando tu cuerpo contra el mio,
como una antigua diosa atrapada
en el cuerpo de algo tan dulce...
tan frágil que el simple hecho de tenerlo
entre mano y mano,
entre cadera y muslo,
entre labio y carne.
Rompería la pureza que existe
entre dos cuerpos tan sucios,
que aunque no admitan que se quieren,
estarían dispuestos a amarse,
negociando treguas y fracasos
o un cuerpo al que dominar
incluso con el miedo y las dudas
de esta habitación cerrada tras de ti.

El amor y el odio,
sólo son negocios.

Sólo es un negocio si aprendo a tratarme
con odio, nunca he sido valiente.

Nunca he admitido que te quería,
no sé si por miedo, o porque
el amor y el odio nunca me han enseñado
a ganar, siempre he vivido sabiendo.

Que perder es la única forma de vida que conozco
para odiarme y saber que te quiero.

Aunque siempre admita que te odio.
Porque siempre me odiare más a mi.

No hay comentarios:

Publicar un comentario