jueves, 20 de junio de 2013

Juan Gris

La muerte y la belleza son necesarias.

Igual que lo es esta sonrisa de piedra,
esculpida en cada talla y refinado
cada labio gris, pedregoso y manso.

Como este silencio que me ata a ti vida mía.

Pedregoso y manso y con manos vacías
sujetando aire y piedad al observarte.
De Pie, inmóvíl, nacido de la raíz
de esta piedra que como un castigo,
más que merecido, da forma a mi cuerpo
y al tuyo, entrelazados, serpentinata.

Y así vida gris, mía vida y verdad muertas.

Nacemos juntos de la talla y el laurel
que un día corono las leyendas
y sedujo a los hombres.

Aquellos hombres libres.
Aquellos hombres grises.
De cabello blanco e ideas razonadas.

¿Y dónde dejamos la vida, la belleza y la muerte?
Aquí enterradas.

La belleza y la muerte son necesarias.
El tiempo.
Frío, gris e inmortal.
Nunca podrá ser arrancado
de estos dedos inertes
que anhelan perderse cintura abajo,
mirada al frente y labios cortados.

El tiempo.
Es lo que nos diferencia de estar aquí tallados.
O de estar aquí.
Libres, canosos, razonados y mortales.

Y estaría dispuesto a dar mi libertad.
A cambio.
De que me tallaras muerto y bello,
en un momento gris.
Aquí donde mi mano se confunde ya con tu cuerpo,
y el tiempo sólo espera nacer de esta piedra muerta.
Junto a ti.












martes, 4 de junio de 2013

Delorian del 72

Cuando leas esto, y sé que lo harás,
quiero que sepas que te perdono.

Que perdono todo este tiempo
sin hablarnos, sin ser nosotros
los mismos,
impresionados por la vida,
la dicha y el tiempo
que compartimos juntos,
que compartiré contigo.

Quiero que sepas, y lo sabrás.

Que esta vida gris por muy dura
que pueda llegar a ser contigo,
es lo único que puedo dejarte,
mi herencia, mi nombre, la memoria.

La conciencia, dispuesta a sabotear
tu felicidad impuesta por los demás
y alejada tanto y tan poco de ti mismo.
Sólo alentará esta indiferencia
por saber vivir, amarte a ti mismo.
Respetar no sólo el valor imperfecto
de un beso, o de un abrazo de despedida,
del miedo de decir te quiero.


Te perdono.

Porque en el fondo sé,
que tus errores son los
mismos que los míos.

Llorar a oscuras en el suelo,
desear la nada que tanto
nos une y nos envuelve
dentro del cálido sentido
que nos ofrece.
Vivir muerto.
Ser algo tan inerte como
las lágrimas que raspando
tus mejillas cuelgan pendientes
tan azules, tan vivas...
Lanzados desde dentro
para morir frente a la inmensidad.

Como tú, como yo, como la vida, como ahora y siempre.

Cuando leas esto quiero que sepas que estaré bien.
que ha pasado mucho tiempo,
que antes tan sólo eran 16 y ahora ya tengo 18.


Cuando leas esto quiero que sepas.
Que con orgullo, seré capaz de admitir,
que pasa el tiempo, tengo miedo,
no sé a dónde me dirijo, y ya no tengo 16.

Pero sigo siendo el mismo.
Como cuando escribí esta promesa.
Con tan sólo 16.

























domingo, 2 de junio de 2013

No sé escribir metro sesentaidós

Tus labios, ya fríos, después del choque,
se delatan pequeños testigos
de tan cruento crimen.

Aquí me has besado.

Con el cuello apuñalado,
las mejillas raídas,
la frente atravesada
y la boca en ruinas.

Delicioso crimen.
Matar y ser testigo de tu muerte.

Sólo es posible aquí.
Donde chocan los labios dispuestos a dar la cara,
frente a frente, mis manos y tu cintura,
la daga y el puñal.

Perfecto Judas para traición tan barata.

Sólo espero que te crucifiquen.
Aquí.

Donde me has besado,
tal vez a metro sesenta.
Y dos.

sábado, 1 de junio de 2013

Mattise

Mattise no conoce la palabra miedo.
No sabe quien es.

Tampoco es capaz, imberbe,
de coger la navaja de afeitar de su padre,
coquetear con los tacones de mama,
o hablar incomprendido y joven
a las muñecas rosas
de su hermana Clarisse.

Mattise no conoce el odio.
No sabe quienes son ellos.

Para él los sueños sólo son
el perfume de mamá de los
Domingos.
Papá enfadado por cartas
que aún no comprende
de gente que existe sólo
al otro lado de los sellos.
Y Clarisse peinando su cabello.

Mattise.
Pequeño mundo de ojos grises.

Todavía no me conoces
tampoco sabes si existes tú,
o yo.

Sólo se que te veo tan pequeño,
tan lleno de vida y muerte,
tan valiente y despreocupado
cómo la primera vez que besaste
con los pies en la arena,
el abrazo azul del horizonte.

Mattise hoy no va ir al colegio
porque ya no existe.

Mattise ha existido durante pocos segundos,
porque tu pensaste en él, pequeño y gris,
como tú cuando tembloroso
te sentiste niño por primera vez,
y tu corazón sobrecogido lloró
como Mattise.
Por amores prescolares,
Domingos sin papá,
vacaciones de verano,
dulces navideños
y sonrisas tan fugaces.

Como la de Mattise al enterarse.
De que tú, tanto como yo,
y durante muy pocos segundos.

Pensaste que era real.
Como tú, no como yo.