viernes, 22 de noviembre de 2013

N-303

Las ventanas cada noche son
como lobos solitarios.

Acechan la calle igual que a una presa herida.

No importa la luna, ni la manada gris
que se proyecta insignificante en la pared,
Nada les importa ya.

Suena el eco borroso de las farolas
y la gente se esconde en sus ventanas.

Igual que una ventana herida.

El último búho de la noche conduce
despacio su autobús.

Yo también he vuelto como tú,
con la cara pegada al cristal
y la sensación de que siempre
me olvido de algo en la parada.

Me olvido de todo,
no tengo memoria para los horarios,
y los bancos a estas horas son como
bocas afiladas dónde pensar,
pensar y darse cuenta del dolor
que sube a cada parada.

No hay nación aquí.

Todos somos iguales
cuando escribimos el nombre tembloroso,
en el vaho,
de la persona que viaja sin nosotros.
Pegado al cristal,
como una memoria dudosa
que juega entre luz y luz
y el botón de: Parada solicitada.

Nunca se cuando bajarme,
en que momento levantarme
o cuando interrumpir el viaje
de los demás.

Es tan difícil solicitar una parada.

Sobretodo porque nunca se dónde me bajo.
Sobretodo porque nunca se si me acecha
algún lobo solitario entre estas fachadas.

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