jueves, 26 de diciembre de 2013

El 311 de Madrugada

Se deshollan los autobuses en su carne metálica.
Otro día encerrado en el latón
y el cerrojo abierto de las ciudades
mientras la madrugada vive, todavía,
en los ojos de su gente.
El comisario de la luz pica ya los billetes.
Ese olor a ciudad quemada, gasoil,
se hunde en el asiento, se prende en los bolsillos
manteniendo aquellos vaqueros calientes
igual que el invierno pegado en la ventana.
El viejo 311 cumple su horario de vida de autopista y calle,
yo sigo esperando, todavía, que me alumbre,
como siempre a las siete y media
en el otro borde salpicado de tu esquina. Mi parada.
Ruge ya las siete, este viejo renqueante
rueda un día más, coloquial,
vestido de gente preguntada,
de días metropolitanos y libros de bolsillo.
Nadie se ha parado todavía,
todos van con prisa y sangran sus relojes.
Pero tu cojeras el 311 otra vez.
Ya son las siete y media y hay a veces que me pregunto
¿Por qué pulso este botón en el que se para mi mundo
y comienza el tuyo? Llego tarde.
Hoy no estás en la parada, esperando, es extraño,
no me acostumbro a no saber quién eres, a dónde voy yo,
a por qué coges este autobús, y eliges todas las mañanas
el destino incierto de los escaparates del centro,
Debe ser que no me acostumbro a tu constancia.
Nunca nadie se baja dos veces en la misma parada

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