martes, 10 de diciembre de 2013

Paula

Tu universo nunca ha sido tan necesario
como un invierno descalzo.

Yo, que siempre quise creerme tan necesario
como un par de botas viejas pateadas.
Marrones y extrañas, de media pisada
y caminos hogareños,
siempre todos caminamos
con la seguridad del que sabe
a dónde se dirige sin saber muy bien lo que pisa.

Me gustaría cambiarme los cordones
no tropezarme,
simplemente pisar con decisión
y notar la pérdida de la acera,
debajo de mi,
mientras, marrón y extraño
caminamos con nuestros amigos y conocidos,
baila la fiesta, corre el alcohol
y todos vuelan,
creen que vuelan lejos de su yo más único.

El yo que todos creemos conocer
y dar a los demás.

Debe ser que somos los únicos
que no nos damos cuenta,
no nos queremos dar cuenta,
que apagada la ilusión
muchas veces rompemos
la confianza de los pequeños mundos,
una pequeña sonrisa,
una pequeña calada,
una indiscreta mirada, al otro lado de la mesa,
como un niño inocente
al que sus padres regañan
por mirar cosas que no comprende por su edad.

Hay efectos que conectan con nosotros,
nos dejan solos e indiferentes
en medio de una risa,
o en el rincón meditado de la puerta de los bares.

Debe ser que esta Sureña ha aprendido a vivir,
a vivir nuestras historias y sus nombres,
sus culos de cervezas babeados
y el hielo que rompe una camisa.

Que decepción, nunca sabre lo que es compartir una amistad.

Más allá del fondo de este cubo.

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