jueves, 12 de diciembre de 2013

Muchas veces me pregunto, pero nadie me contesta

Muchas veces pienso en bajito.
Para que no me oiga,
para que no se ahogue
mi nombre al pronunciar la voz.

Y no puedo evitar preguntarme:
¿Quién sabe de amor?
Maldita seas tú, yo,
nuestra historia y estas preguntas.

¿Quién sabe de amor?
¿Acaso no sabe de amor
aquel que no ha perdido por amor
una familia, dignidad y pobredumbre?

¿Acaso no sabe de amor
aquel que no ha soñado en blanco
en noches tan negras como el
techo infinito de su cuarto?

Me pregunto más aún:
¿Acaso no sabe de amor
el que conserva en una caja
nombres, calles direcciones
y años jóvenes.
Como las promesas tan vacías
que me quedan después de ti?

¿Acaso no sabe de amor
Aquel que escucha siempre
la canción más triste de tu boca
cuando bailamos el vals
de los perdidos?

Y sigo preguntándome
¿Acaso no sé de amor, Irene?

Sólo sé escribir lo que creo que
acaso sabe el mundo de amor.

Escribir letras con el corazón roto,
con ira, y habitaciones separadas
por preguntas con las que hablo
cada noche, cada vez que pienso,
en bajito, en ti.

¿Acaso sabe de amor
aquel que ha aprendido
a morir dos veces?
Una por el mismo
y otra por ti

¿Acaso tenemos derecho a tener corazón?
Irene. Me pregunto.

¿Es posible aprender a amar,
a dudar, a entender otros cuerpos
sin el tuyo, o a mantener
una figura intacta en los ojos
como cuando te fuiste?

¿Acaso no sabe de amor
aquel que vive de recuerdos
y luz en las calles, o relojes
sin tiempo que clavan sus agujas
en su pecho esperando
que se me olvide recordarte?

Debe ser que nunca aprendo que es el amor.
O tal vez siempre me hago, las preguntas equivocadas.

Puede que no sepa de amor,
pero sé de ti, de mi.
¿Acaso no vale eso ya?

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