Muchas
veces pienso en bajito.
Para
que no me oiga,
para
que no se ahogue
mi
nombre al pronunciar la voz.
Y
no puedo evitar preguntarme:
¿Quién
sabe de amor?
Maldita
seas tú, yo,
nuestra
historia y estas preguntas.
¿Quién
sabe de amor?
¿Acaso
no sabe de amor
aquel
que no ha perdido por amor
una
familia, dignidad y pobredumbre?
¿Acaso
no sabe de amor
aquel
que no ha soñado en blanco
en
noches tan negras como el
techo
infinito de su cuarto?
Me
pregunto más aún:
¿Acaso
no sabe de amor
el
que conserva en una caja
nombres,
calles direcciones
y
años jóvenes.
Como
las promesas tan vacías
que
me quedan después de ti?
¿Acaso
no sabe de amor
Aquel
que escucha siempre
la
canción más triste de tu boca
cuando
bailamos el vals
de
los perdidos?
Y
sigo preguntándome
¿Acaso
no sé de amor, Irene?
Sólo
sé escribir lo que creo que
acaso
sabe el mundo de amor.
Escribir
letras con el corazón roto,
con
ira, y habitaciones separadas
por
preguntas con las que hablo
cada
noche, cada vez que pienso,
en
bajito, en ti.
¿Acaso
sabe de amor
aquel
que ha aprendido
a
morir dos veces?
Una
por el mismo
y
otra por ti
¿Acaso
tenemos derecho a tener corazón?
Irene.
Me pregunto.
¿Es
posible aprender a amar,
a
dudar, a entender otros cuerpos
sin
el tuyo, o a mantener
una
figura intacta en los ojos
como
cuando te fuiste?
¿Acaso
no sabe de amor
aquel
que vive de recuerdos
y
luz en las calles, o relojes
sin
tiempo que clavan sus agujas
en
su pecho esperando
que
se me olvide recordarte?
Debe
ser que nunca aprendo que es el amor.
O
tal vez siempre me hago, las preguntas equivocadas.
Puede
que no sepa de amor,
pero
sé de ti, de mi.
¿Acaso no vale eso ya?
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