viernes, 17 de enero de 2014

Una vida de película

No hay ningún tipo de nobleza
en aceptar la derrota.

Que no te engañe la compasión
acertada de un consuelo digno,
tampoco las palabras sisíficas
de la amistad inválida de la
miseria de las habitaciones apagadas.

Sólo entiende de dolor y pecho,
alguien que contempla una tortura
repetida, continua y excluyente,
a quién padece la peor de las enfermedades.

No hay nada digno en haber amado y perder.

Se que el aliento de estas palabras
no arrojan la esperanza que agota
un poco menos cada día unas ganas
de vivir un tanto inciertas.

Créeme, yo también he sido como tú.

Despiadado.

Con la seguridad intrépida de una película
que sabes que el final es una dignidad pactada,
que no habrá lugar a malentendidos de cuerpos
una muerte menos justa, o un beso al final
de los créditos que dan sentido y paz a quien observa.

La vida no se parece tanto a una película
si no, a un poema mediocre,
y no es que la mediocridad sea mala,
es que a veces estoy cansado de vivir mi vida
como un final que no tiene claro,
dónde esta su sitio.


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