domingo, 26 de enero de 2014

Extinto

La extinción siempre se siente dos veces.

La primera en el instante en el que el polvo
invade las fotografías, comparte su tosquedad
y habita un alquiler hostil de saliva en los ojos.

Lejos de entender la compasión, o el silencio.

La extinción siempre responde a un nombre,
normalmente acomodado, ya sabes, cotidiano
de familia obrera, porque los nombres 
se construyen así en la calle, en las peleas
por construir una ciudad con menos cemento
algo más merecido que el hierro vigilante
de un edificio que en otro tiempo
fue habitante de personas habitadas.

Lejos de entender la extinción.

Sólo se comprende la segunda vez.
Cuando es definitiva.

Y siempre es definitiva,
la definición que exalta una revolución impuesta,
un color más manchado en la camisa,
y una necesidad muy mal negociada
de compartida distancia.

Irene:
Que mal negocio es escribir sabiendo que existes
que yo no me extingo.

O que siempre siento que me voy dos veces.

La primera en el polvo cotidiano de una fotografía.
La segunda...
Nunca la recuerdo...

¿Dónde estoy? Acaso he habitado alguna vez algo.

Menos extranjero que una despedida,
sin una patria que fundar
o un viaje sin una odisea que dure más de 20 años.

La primera vez es menos extranjero el dolor
la segunda nunca termino de extinguirme.


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