viernes, 3 de enero de 2014

No sé viajar sin ti, ni sin memoria

No sé viajar sin ti y sin memoria.
Tampoco vivir lejos de tus ciudades
provincianas, de los cuerpos desnudos
que dejamos a medio camino de la luz
y la sombra de tu lámpara.
No sé entender mis labios sin tu boca.
Aprendí los idiomas más solitarios de la noche.
A mirar el techo con los ojos y a empujarlo
sosteniendo la ciudad en el neón de los hoteles,
recogiendo está cama que no es mía
y que posiblemente mañana la invadan
otros cuerpos sin historias, derrotados,
como yo cuando te busco en el espejo
y me encuentro inesperadamente al otro lado,
esperando que me llames al teléfono,
y cogerlo y decirte que ya estoy llegando,
que sólo quedan diez minutos entre mi sombra
y tu ventana, que te espero donde siempre
escondido en tu calle para que tus padres
no nos vean, y piensen que me perdonas.
Siempre llego pronto, antes de tus diez.
Entonces me abrazas despacio y sin mirarme,
ya sabes que siempre me gusta oler tu pelo,
rodear tu silueta y desafiarte a aguantar
sujetada contra mi, con los pies de puntillas
y el verano a la espalda.
Entonces me miras frente a frente buscando
cosquillas en mis ojos y tu risa se enciende
en la farola, resuena por la calle y me das
en la mejilla un regalo, tu nombre sin tus labios.
Son la diez, tus diez, te esperan en casa y a mi en la parada.
Y como si no nos conociéramos me sueltas
y me dejas colgado
y me rindo
y los dos huimos como cuando tu me querías
y yo, nunca vuelvo a ser yo,
Aunque yo nunca pedí ser tú para entenderme sin ti
todavía te tengo en la memoria, en mis viajes.


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