martes, 14 de enero de 2014

Toma de la Bastilla

Con un uniforme de ruido
rodeado de un silencio tenue
mi voz se pega al techo.

El teléfono comunica
y a si sigue, a medio perfil,
colgado de su propia soga
con la respuesta en las manos
y el número todavía que no marca
ninguna dirección.

Se rompe la purga de la línea.

Lejos, al otro lado del cordón,
la intímidad sólo existe si pides permiso,
si no, existe la fuerza de un desnudo diario,
de una ropa menos usada que la nuestra.

Ya sabéis que los recuerdos se gastan así
en la ropa del interior de las lavadoras.

Recuerdo un nombre,
también recuerdo que no quería acordarme
y por consigna, u homenaje
arde el pecho, se astilla la cabeza,
y se unifican las naciones.

Sé que en verdad tu sigues con tu vida.
Irene.

Yo también intento seguir con lo poco que unifico de la mía.

Maldito este cuerpo sin nación,
envuelto en la más cruel de las revoluciones.
Maldito este amor que se desgasta
a pesar de que no exista ya otro cuerpo que lo sujete.


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