jueves, 30 de enero de 2014

Nombres

Supongo, que ahora que lees esto, lector,
tú también has llegado a la conclusión
de esta compartida soledad.

De las preguntas y las indecisiones
que nos mantienen así.

Siempre frágil, roto, como el silencio.
Supongo que tu también escuchas las voces.

Si no las escuchas, es que, lector,
tal vez tu hueco no este aquí conmigo,
Infeliz,
Tal vez incompleto, o a falta de tacto,
un cuerpo sistemático y viciado
de tiempo, hojalata, corazones que no valen.

Felices y dichosos.

Yo también fui así,
y no dudo en que algún día,
volveré a serlo, dichoso.

Sólo se es dichoso, cuando alguien habla de ti.
Ves, ahora ya escuchas las voces.

Las que te señalan así, feliz y marcado.

Es inútil aparentar la fuerza necesaria
que da la tranquilidad experta de los años,
también es poco conveniente
no convenir ningún lazo con el pasado.
La memoria siempre es esa obsesión
que nos recuerda que hubo una vez,
no hace mucho, que también fue la dicha
y la lentitud de un cuerpo joven
la que invadían las persianas de nuestras habitaciones.

La obsesión de los nombre es la historia más real del tiempo.

Ana, Irene, Jimena, Laura, Bea, Mónica.
Todos tenemos nombres que alguna vez
formaron parte o junto al nuestro.

Es una forma distinta de pasado
la de vivir la piel de un nombre ya ausente.

Muchas veces me pregunto
¿Dónde están ellas?
Que fue de sus cuerpos y mi memoria.

Son las voces que te dicen: Estás vivo.

Es la templada claridad de las mañanas
cuando me levanto y miro por mi ventana
esperando tal vez un nombre distinto.

Aún no sé como te llamas.
Hola yo me llamo Alejandro,
este es mi pasado:
Ana, Irene, Bea, Laura, Jimena.
mi futuro eres tú.

Pero no te conozco.
Y no sé, por dónde empezar a buscarme.






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