jueves, 27 de febrero de 2014

El Hombre que inventó Manhattan. Diario de viaje 7

Los aeropuertos siempre son una tierra de nadie
como un beso sin camiseta en las llaves de un hotel.

No termina aquí el viaje.

Este último Sol de diario es como un New York Post
es una ciudad de papel de puntillas contra la ventana,
la sátira dominical de hoy es algo que no entiendo
sobre inmigración y política económica.
Lo irónico es que yo solo conozco
ser extranjero y pobre al mismo tiempo.

Como se es extranjero en el color de la piel.
Como se es pobre en los bolsillos.

JFK y un diario de semana de vuelta a Madriz.
Perdonad la Z, uno es nostálgico y se permite
la buena licencia del orgullo de pertenecer a otro Manhattan.

Llevo llena las maletas, pero tanta ropa
nunca soportará un viaje tan humilde,
humilde como volver a casa con la sensación
de que el verdadero hogar de un persona
es un cuerpo al que rendir homenaje en un poema.

O al menos, permíteme unas palabras Zo.

Tu que eres todo lo salvaje que habita en Manhattan,
East High, la 5ª, los puentes que cuelgan del Bronx,
la vista que domina el acero del cielo del Empire,
cada historia de amor cinéfilo del West Side
pero sin historia, que un Romeo moderno
nunca sería lo suficientemente valiente
para un suicidio tan insignificante en una ciudad
regida por el imperativo Capuleto de sus calles.

Zo, tu que habitas en el amarillo de los taxis,
en el neón de las luces, en los parques,
las historias de gánsters, el absurdo del bullicio,
en el tumulto apócrifo de la gente cosmopolita.

Femme Fatal, de labios con veneno no carmín,
y tacones como alfileres que clavarme.

Un beso tuyo de despedida en este diario
es como el beso de una guitarra de bar.
Su sonido siempre sonará melancólico,
pero es algo tan común, es una compartida soledad.

Son las 3:30, mi avión sale ya.
es curioso como nuestras vidas
dependen de los embarques pactados
en un puente aéreo que no se sujeta por ningún lado.

Me subo al avión, y por una vez, tan sólo por una vez.
Soy capaz de tocarte, como quien toca el cielo desde arriba.

Debe ser que está ciudad me ha enseñado a respetar
Al hombre que inventó a la mujer.
A la mujer que me inventa en la ciudad
Aunque yo nunca sea como ella.

Aunque tenga que aprender a ser Manhattan.
O un garabato de colores inventado de ciudad.


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