martes, 18 de febrero de 2014

Conde Casal

La tristeza es una responsabilidad
es una piel desnuda, aún intacta.

Sin tocar, virgen de una tierra sin nosotros.

Puebla estás ciudades cuando te ando
como un niño serio castigado,
me recreo andando desde Pacífico
las luces muerden mis piernas
y anochece la brea seca
del alquitrán de mis pulmones
respirando calle y barrio.

Una calle sin nosotros es como una patria dividida.

Es el viejo dolor primitivo de un semáforo
el que pide peaje para cruzar el borde interrogante.

Saben los ojos a cloaca
las palmas de mi mano sujetan el frío,
y comienza el pálido beso de las once.

Todavía espera el autobús, quizás.
O quizá no, soy yo el que espera,
como siempre, espero.

Se apaga el ronco desgaste de las hogueras en las farolas.
Las once y dos.

Se abre la puerta, entro sin hacer ruido.
Y cinco.

Arranca ya. Riegan las estrella una noche poco cordial
y comienza a quemar rueda este pellejo metálico.
Inerte me confundo con mi asiento, cierro los ojos,
los abro, tal vez, no me acuerdo ya, no quiero acordarme,
no se dónde voy a bajarme esta vez.

Es lo que tiene cuando subes a un sitio
sin sentir la necesidad de tener que llegar
a algún lugar, a alguna hora.

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