lunes, 24 de febrero de 2014

El Hombre que inventó Manhattan. Diario de Viaje 4

Este diario, es la balada de un poeta de musa de ciudad.

La poesía o el beso crudo del Bronx
sabe a barrio bajo y a droga barata
de las que infectan la memoria con un color negro.

La cosquilla de una lady de centro, perdida,
por el extraradio bajo de una cama como
una solitaria alcantarilla que escupe vaho a las 6.
Mirando desde el horizonte plano que plantea el suelo
el despertar boca abajo y con sabor a alcohol barato
en un parque a las afueras de Gramercy Park.

La dama de cristal y hormigón esconde un paisaje de ojalas.

Para mi, este borde de acera entre la 5ª y la 3ª
es la almohada de cemento y rueda de taxi
que me lleva de vuelta a casa, o por lo menos
a un hogar menos ahogado de gente y asfixia comercial.

Sincera y de espaldas Zo canta y mueve los pies.

Entro por la puerta.
Evita las preguntas innecesarias
la interrogación tan repetida como es echar de menos,
preguntar que tal el día, o si el mundo sigue existiendo
fuera de una celda tan pequeña como este cuarto.

No, Zo no es así, ella es distinta en el beso rojo
del carmín que deja en mi camisa y la débil sudadera
que separa su cuerpo, de un desnudo de postal a quemarropa.

No, su mirada es distinta, no lo hace con una sorpresa comprometida.
es una mirada que desabrocha mi camisa y coge las llaves de mi bolsillo.

Se acerca, me abraza por la espalda, besa la barba de mi cuello,
dice algo a mi oído aunque dan igual las palabras ahora,
sólo es una excusa pobre para arañar con su voz mi silencio.

Y de repente.

Me lías,
te quemo,
y nos consumimos.

Puede que este sea el mejor cigarro
para alguien que es carcelero de una celda.

Con vistas a Manhattan para dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario