viernes, 21 de febrero de 2014

El hombre que inventó Manhattan, Diario de Viaje 1

Me llamo Alejandro.

Vivo en NY, cerca de Battery Park.
Soy escritor y me gusta ir a Central Park 
los Domingos por la mañana para relajarme.

Comparto piso con mi amiga Zo 
tenemos ventanales por toda la casa
por los que se pueden ver todas las calles.
Por supuesto no he dejado la música,
toco los viernes y los sábados
en un viejo café 3 calles más abajo de mi piso,
creo que se llama New Village cerca del Bowery.

Con ese dinero pago el alquiler 
y mis clases de poesía.

Y aún así siempre me sobra un poco de dinero
para comprarle a Zo sus caprichos de chocolate.
Curiosa, enana y fantástica compañera de piso.

Ella es la mujer que me inventó en Manhattan.

NY desde la ventana parece una postal de un desayuno de manzanas.
El sol negocia treguas y guerras entre rascacielos y rascasuelos.

Los buzones se confunden con los accidentes amarillos
que atraviesan las avenidas ordenadas por los taxis.
Zo camina ahora sin tacones, es un paso más humilde
sabe que la lluvia de este cielo de acero y hormigón cosmopolita,
no amorata los labios si no besa con risa,
los ojos negociados de la música de los claxons.

Desde East High, seguramente una calle que no exista.

Ella canta las caricias de vagabundos neoyorquinos,
de los de bolsa de plástico y whisky de trastienda de chino.
Mientras tanto, se pregunta la interrogación del atardecer
mojada por la lluvia, pero con los dedos secos.
Se acerca al café dónde yo, tal vez, este bebiendo corcheas.

Los viajes de las grandes ciudades
imitan muchas veces a las odiseas clásicas.

Zo, como buena sirena, pobladora de los faros de las ambulancias.
Recoge tiritas para reponer mi botiquín, compra café en Starbucks.

Y vuelve en el avión pactado de los portales
a la azotea, aquí arriba, donde mi cabeza
la dibuja con el ceño fruncido y palabras extrañas.

Primer día.





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