martes, 1 de julio de 2014

Todas mis edades

La palabra paz en la boca de un mártir
mancha las manos con las que amar
los crímenes cometidos por la carne.

Respirar el último cigarro, una declaración al absolutismo.

Un imperio consumido así, con el negocio
que espera alimentar el odio por el odio.

Un cuerpo acostumbrado a la edad,
a meditar la justicia, como se medita
la sal que cabe en un vaso de agua
que se ahoga entre dos gotas.

El ruido que haces al decir la palabra silencio
o como hablas del ruido cuando no tienes nada que decir.

Dime, ¿Quién eres?
¿Acaso eres la palabra muda que cambia la ropa?

No, es la misma paz que da el verano
cuando llega de repente amarillo
y con el calor que aprieta en el reflejo
de las gafas al mirarlo de frente y arrugado.

Nunca hablo de nada en mis poemas,
es una necesidad impuesta por la mera necesidad.

Me impongo y digo lo que tengo que decirte.
Nada, nunca digo nada.

Pero todo, a veces, es una forma distinta de paz
el hijo rebelde de la literatura que intenta explicarme
porque cuando desnudo estas palabras de guerra
hablan de un silencioso cuerpo desnudo de mujer.

Y no es que suene pretencioso.

Es que te quitaría hasta la última coma,
con tal de ser capaz, de aprender a follar sucio.

Como se hace la poesía de verdad.
Sucia, carnal y desmedida de silencio.

Si no, piensa que siempre que me lees,
nunca escuchas nada, es la voz de tu cabeza
la que me dice así de sucio.

Cuanto ruido blanco para una hoja de papel que no dice nada nuevo.

Acostumbrado a la edad de mis poemas

Llevo una iliada y media odisea
escribiendo esta casa silenciosa.

Repitiendo la misma escena que hizo que empezara toda esta masacre.

Y no es que te muerda con la fuerza de mis años.
es que, llevo toda la vida mordiendo la misma manzana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario