lunes, 7 de julio de 2014

La muerte de Héctor

El arte de Dios es un crimen.

Las pulgadas olímpicas castigan los yelmos recogidos
con la sangre del Parnaso y la piedad del tiempo.

Cuando te hablo de un tiempo,
hablo del tiempo fuera de la edad
con la que se vive en los libros de historia.

10 años de guerra son suficientes para arder sin motivos.

Amigo mío, lo cierto es que vives en una venganza
hoplítica guardando el escudo y la sangre de tu hogar.
Alimentado por el pan de oro y las cantos con los que se dice
a la muerte o se navega el Egeo, mare nostrum, padre.

Padre castiga con la plaga y la infección la masturbación del alma.

El arte, todo lo referido a la expresión del mito.
Lo que somos, un hombre construido con el barro
salpicado del útero de una tierra infértil y secada
con el semen rocoso de los primeros padres.
De dioses y titanes templados en la tragedia,
castigados a ser eternamente los niños huérfanos
en las rodillas de las piedras que los fundan
si te esculpen así, con el mismo deseo con el que
se enreda la pasión y la sangre en la punta de la lanza
al saciar el estigma indómito del beso de la prudendia.

Y aún así te mataré domador de caballos.

La épica, el nacimiento de una nación en llamas
tallada en la sal de los cristales que rozan la espuma
cuando vomita el mar a sus hijos desterrados y sin tierra.

La tierra azul, de nadie y de la verdad de los aqueos.

Morirás con las mismas manos que te dibujaron
y el tiempo, o el arte, se harán inmortales en tu pecho.
Los cuervos picaran las llagas de tus ojos
y me devorarás así.

Hijo de un crimen.
Nacido del defecto de los dioses.

Nunca aprenderé a morir del todo en los tapices.

Porque el nombre en una historia importa más
que el mito que pueda relegar a un hijo insolente.

Condenado a compartir la infidelidad del nombre de su padre.

El que sostiene el cadáver de madera con la misma tradición
que sujeta el legado de sus dioses en los rituales exquisitos

De dibujarte así desnuda, muerte, madre y esposa.
Hija de la ira y el arte que haces que me quede atrapado en la pintura,
haces que viva siempre dibujado con el mismo color y posición.

En la continua puñalada del Peleida.

Con los tobillos desgastados de tus flechas en París.
Habitante de los frisos sin cariátides.

El crimen siempre justificado, por encima del valor del propio arte.
Y de ti

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