lunes, 10 de marzo de 2014

Siempre es lo que Dios impone

Me acuerdo cuando decidíamos nosotros,
cuando argumentábamos que: Mañana no será lo que Dios quiera.

Exmilitante de una patria impuesta.

Mi cuerpo, sin banderas ni nación,
rebelde y con un mundo de pañuelos
miraba desde dentro de los ojos para afuera,
como debe mirarse la revolución.

Tener la vista cansada a veces supone un ejercicio de memoria.

Aprender a tocar la ropa usada de los lunes
nunca supone una guerra sin firmar con la piel.

Muchas veces me impongo una melancolía afilada con los dientes.

Muerdo la carne como se muerde un pecado
con el consentimiento y la alteración del orden.

Los besos siempre se dan en el mismo orden,
en diferentes lugares pero con la misma cotidianidad.
La curiosidad siempre es un gato de salón
y tú lo sabes que compartes muebles en el desván
alquilado de la lentitud pausada de la juventud.

Sólo se es joven cuando se entiende por desgaste la vejez.

Supongo que Dios es tan eternamente joven
como la experiencia repetida del que desnuda un cuerpo.

Comulgar es un acto de fe e insensatez.

Es masticar un hambre necesaria
con la gula prometida de salvar, tal vez,
la distancia entre un padre y un hijo.

Pastor de un rebaño de memoria.
No existe cordero que tenga piedad de nosotros.

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