domingo, 16 de marzo de 2014

Hoy podría ser Lunes.

Como una chica desgastada de algún barrio perdido de Londres.

Así amaneces Domingo, curioso cuerpo de mujer,
para alguien que se acaba cada semana.

La migraña afónica que no recuerda que día es.

Nunca se que día soy, ni si dejo de vivir apartado,
como se apartan a un lado los lunes para dejar espacio
viciado de ruido y necesidad.

La crema está en la copa del café.
La tarde es, sin duda.

A lo lejos la línea dividida de las trincheras de las nubes
matan despacio el hambre de la luz que calienta un día.

Domingo, eres un nombre inestable y siempre vuelves al final.

Los principios siempre se quedan abiertos con la eterna duda
de la promesa de cambiar esta semana por la otra.
Pero aquí lo único que no cambia es el tiempo,
nosotros cambiamos obligados, es una imposición.

La constancia es la prueba más real de que existe este paso.

El martilleo vuelve siempre a la cadena
y la cuerda cuelga con un nombre diferente,

Lunes. Amaneces.
Martes. Aquí como cualquier día.
Miércoles. Decides.
Jueves. Te equivocas.
Viernes. Un nombre distinto de mujer.
Sábado. Memoria pretérita.

Y al séptimo día descanso.

¿Os dais cuenta?
Al final todo se repite.

Como al principio.

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