domingo, 9 de marzo de 2014

Memorias de un rio dividido

Otra forma de vivir la inmensidad de Manhattan,
igual que se madura la tristeza de una memoria repetida.

Cuando te imagino así cotidiana y feliz.

Nunca me cuestiono los hoyuelos de la piel,
las arrugas reiteradas de un contacto de pellejo
de metal y hormigón armado de insistencia civil.

Las ciudades son los habitantes más capitales de la raza.

Amanece siempre un crimen de cráneo férreo.
El ruido de la máquina acaricia unos ojos de café
y obrero fabril de sindicato de sueño americano.

Los muelles edifican también el mar.
De la misma manera que se edifica una tierra sin nadie.

12 millas. Y la estatua ya es libre de sujetar la antorcha
que enciende siempre por las mañanas un sol encendido
eternamente por las luces y el neón de un disparo de East High.

Cada barrio es un terror distinto.
alimenta un miedo de dólares
y creencias de gospel a base de negra mano.

Puede que aquí Dios desnude a un hijo menos prójimo.

Sinónimo de clase baja, las ratas alimentan
el hambre de una rabia de estación central.

Perros de café y droga mediocre para gente humilde.

Supongo que se escribe a una ciudad cuando amanece
como se escribe a una mujer que despierta sin sábanas

Con la vergüenza que se sujeta siempre con cinturón.

Tapando lo que hay debajo por si acaso, más que nada.
Otras veces se regresa con la velocidad de los kilómetros
y los faros amarillos que enlazan rutina y avenida.

Sin venir. como viene siempre la hora de un reloj.

Las zebras cambian el paso a un color blanco de peatón.
Life vest under your seat.
Se despide siempre una voz como se despide la tez ruda
de subterráneo que recita de memoria la siguiente estación.

Existen muchas formas de vivir la inmensidad
pero es cierto que uno se siente inmenso cuando es parte
de algo más grande que él.

Más grande incluso que una la ley implacable de condado.
Más pequeño que una ciudad que amanece cada día dividida.

En una orilla colgada entre Brooklyn y la democracia del Hudson.


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