miércoles, 12 de marzo de 2014

Perdón

Perdón por las faltas de ortografía,
perdón por la falta de edad en mis poemas.

Tener la voz grave, hablar como si uno fuera viejo en su palabra,
implica la sabiduría fingida de un dolor autónomo de historia.

Pero no se puede tener experiencia sin edad
y yo siempre me quito memoria aquí,

Perdonadme, perdón por los nombres,
perdón por deciros aquí a cada uno de vosotros
como si diciéndoos dignificara mi sufrimiento.

Hacer penitencia es un ejercicio de auto-impunidad en decirse.

Y yo siempre repito los mismos nombres
aunque intento cambiar el final de la biografía,
os invento como me invento a mi mismo,
como un hombre agredido por la violencia de los años
y con una barba poblada de blanca vejez,
la voz, tal vez, firme en la ceguera
y la paciencia de un bastón sujetado con el puño,
el puño cerrado y terco de alguien anciano en sus explicaciones.

Escribir muchas veces implica dejar de conocerse para conocer a los demás.

Perdón, pido siempre perdón por no conocerme
por conocer los nombres que, sin embargo,
son como la etiqueta que califica la veracidad de un cuerpo,
un nombre siempre es una piel que nos ponemos
para que los demás nos conozcan.

Mi nombre deja de ser Alejandro aquí para poder entenderme.

Puede que la piel sobre si hay un cuerpo al lado,
sin nombre, sin fecha, sin relato o penitencia.

Falta impunidad para acusarse a uno mismo
para eso ya esta el dedo señalado de la familia.

Perdón por poner nombres en los poemas.
Muchas veces es cuestión de estética,
otras veces simplemente.

Es cuestión de pediros perdón más impersonalmente.




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