domingo, 15 de enero de 2017

El humanismo postrevolucionario, una metástasis futurista

Concluye siempre
en esa vibración solitaria.

La hospitalaria tela
de araña que recoge
los restos que nadie quiere
de nosotros.

Se extiende su óvalo
perfecto y pegajoso;
Ves, aquí también
nos traicionamos
y las heridas
son más profundas
y violentas.

Un beso detrás en el cuello,
la desordenada orden
de nuestro alrededor
descolocado.

Qué pensarán de mi
estos armarios silenciosos
y llenos de ropa que no es mía.
Es un tiempo difícil
en el que compartir
una amistad que abrigue.

Pero ya no justifico mis fantasmas.

Son cuerpos tibios
y lejanos,
viven atrapados,
confundidos,
en la respiración abandonada
del oxígeno primitivo
que hay antes de entrar
en una habitación
cerrada hace mucho tiempo.

Tus ojos lentos, preguntados
en la zona donde la lengua
crea las palabras.

Me gustaría decir una última cosa;

Sucede en habitaciones distintas
que las personas tienen siempre
ese cierto aroma a la postura
comprometida de haber dormido
en una cama que no es la suya,
junto a alguien que no guarda
nunca la ropa en los armarios.

Estamos preparados siempre
para vestirnos y fingir
que no nos llevamos nunca nada.

Ni siquiera ese sueño
frágil y vacío de soledad
humillada.
Nadie acepta nuestra ropa puesta.

¿Por qué iba a ser distinta la piel?

En su tacto original poblado de nostalgia.

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