jueves, 7 de agosto de 2014

Viaje al interior de la ropa

Llevas legañas de otros ojos aquí cuando me miras.

Piensa que los restos de piel que te quitas
son memoria de memoria, escombros
de sudor y sexo ya vividos por otros
antes que tú.

Antes que tú, también existieron ellos.

Su sudor fueron las lágrimas más felices
de un cuerpo sobre otro.

Y ahora, viajas al interior porque la tristeza
cabe solo dentro de una ropa interior
menos ajustada.

No caben dos soledades juntas dentro del mismo armario.

El desorden puede fundar hombres necesitados,
vestidos con ropa de diario.

Uniformes a la hora de decir lo mismo
cuando te desnudas, y yo me lo imagino así,
como te imaginó el otro que antes que yo
te desnudaba.

Me falta disciplina para quitarte los pantalones.

Ejercicios de subida y de bajada, de emergencia.
puertas sólo de salida, escaleras que descienden
cremalleras apretadas.

Junta las manos, cierra los ojos y dime que no ves.

Vacío de hambre no me quedan cuerpos que poblar,
habitaciones que vigilar, o vecinos que saludar
con sincera hipocresía, de verdad, no es mentira.

Eres un dolor común.

La intimidad del que se viste con la ventana abierta
                por si hay alguien mirando.

Cuarentena es una enfermedad muy madura.

Me falta vejez, para saber a que sabe un buen desnudo.

Un te quito la ropa, porque quieres, no porque lo necesite.
Aunque necesito ser más adulto, menos maduro, más inocente.

Sentirme culpable y buen cristiano.

Religiosa diosa consumida en una íntegra comunión,
tú entregas tu cuerpo.

Y yo muerdo cada pedazo no porque lo necesite,
no porque ya sea adulto, y no tenga necesidad de cuarentena.

Tengo la sensación de que me falta juventud cuando viajo contigo
y tú me enseñas a quitarme la ropa despacio como un hombre viejo.






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