lunes, 11 de agosto de 2014

La educación de los hombres que aprendieron a pagar

Pido perdón por la corbata aquí.

Es demasiado formal el sueño
cuando no sabes que dormir.

La llama sube despacio entre tus cuerpos y el mio.
Medito primero la palabra, la piel que elijo
para tocarte a la hora de decir la pose
con la que acomodas la sonrisa a la hora de enfadarte.

Prohibido prohibir.

El aullido del asesino que practica sus crímenes
por si alguna vez debe cometerse.

Roto. El hidalgo más Quijotesco que conoce, domestica gigantes.

Rubí, leyenda gritada del rojo pintado en la presión de la piedra.

Vistes a la ramera más barata que un hombre puede enseñar a follar.
Das el precio, practicas un discurso convincente a la hora de saber
que el cuerpo comprado por el precio, traga cualquier orgullo.

Un orgullo hermanado en la denuncia del cigarro y la utopía.

Hermanos de sangre practican incesto sólo a veces por placer.

Entrar en el burdel bajando la mirada por vergüenza
es distinto si se ilumina la barra, se apagan los neones
y ves bailar siempre a la misma escultura comprometida.

Ligero de vista a la hora de mirar como te quitas la ropa.

Me quito la corbata, y follo despacio.
Siempre sucio.

No es un lugar adecuado para amar un altar o un lavabo.

Muñeca de trapo cosida con el consentimiento de los hombres.
¿Dónde está tu infancia, tu primer beso?
¿Y el último?

El placer de pagar por el placer de traficarte.

Y el encanto de usar este nudo y que me muerdas la corbata.

Soy un hombre de negocios
dime un precio.

Ponme precio.

¿Cuanto crees que vale algo que ya no vale nada?





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