martes, 15 de abril de 2014

La otra sentimentalidad

Me cuesta afirmar algo tan rotundo como la poesía de la experiencia.
Siempre he creído que la poesía es siempre experiencia.

La otra sentimentalidad, la de lo cotidiano.
Hablo de los platos sin fregar, y la televisión en el salón.

Nunca he tenido fe en las grandes tragedias
ni tampoco he creído en al amor imposible
que supera cualquier barrera a pesar del tiempo.

Para mí, la experiencia es la tristeza y la memoria.
Ya que sólo recuerdo lo triste que soy por tener memoria.

Historia y reflexión moral explicarían este desorden.

Un nombre pintado en la suela del zapato
marca siempre una pertenencia de juguete roto.

Como en las manos de un niño que juega sin nombre.

Él es el gran decididor. Él propone un nombre para su juego.
Primero medita bien una conciencia propia impuesta al muñeco,
es él que da nombre y memoria a una vida plastificada.

Tener nombre es un ejercicio propio de la memoria.

Todo es mentira si es otro el que finge recordar una vida que no es suya.

Y puede que en eso consista mi poesía.
Esta poesía, este ejercicio de memoria.

Escribo para ser otro distinto. Nunca lo olvido,
no soy yo el que está aquí y ahora preguntando
o mirando desde atrás tus piernas.
No soy yo quien recuerda un nombre que no es el mío.

Recuerdo tú nombre y sé que está aquí decidiendo y roto.

Tengo que reunir cada pedazo, reunir cada letra, cada sentido,
esta casa, este televisor apagado, esta mesa vacía de ambición,
esta cocina con el olor todavía a sexo y distancia entre encimeras.

Para mí la poesía es un continuo ejercicio de memoria.
Es parte de mi experiencia. Pero nunca será parte de la tuya.





No hay comentarios:

Publicar un comentario