miércoles, 11 de junio de 2014

Robinson Crusoe

He mirado desde el mar con ojos de sal.

Sus ángeles azules muerden igual
que la bilis blanca sazonada con piel de resaca.

El mismo beso que el de una sirena de verano.

Los faros pactados, para ordenar de arriba a abajo,
las paredes sujetadas entre la roca y los labios grises
que estallan violentos con la misma calma que un desnudo.

Devuelve a la tierra su manzana podrida el hombre.

No es justo querer caminar sin quemar los veleros,
esta ciudad sumergida habita en el mito igual
que se promete una caja humana a un titán eterno.

Ítaca siempre será tierra de nadie y lugar de todos.

Vuelve al destierro con la paciencia meditada
del que ha sido echado del salón por no respetar los cojines.

Es la misma habitación con serpientes diferentes.

Mirarte a la cara y entender a la piedra
inerte y callada, silenciada por la estatua.

Me miras igual que un desnudo, no puedo tocarte.

Dime, ¿Con cuanta rabia te has erguido?
¿Tu orgullo es el mismo o vendes una verdad distinta?
Un cuerpo sin vergüenza pero con la misma decisión
apropiada para respetar los arañazos dibujados en los brazos.

Polvo blanco y ángeles de cocaína.

El hogar es el mismo para alguien extranjero.
La diferencia sólo radica en que dices
después de decir hola, ya estoy aquí:

Soy el mismo naúfrago que vivió con Viernes.

Tengo las manos blancas y el corazón negro.
No te preocupes debe ser la mancha de los gramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario