miércoles, 4 de junio de 2014

Correcional

Los pies de plomo para que la sangre no baje a la cabeza.

Arriba las palabras huelen a cerrado
te dicen tan pretérita como un beso
dado con la espalda del retrovisor.

No extiendas las mejillas.

Las monedas siempre con dos cruces
porque no sé mirarte a la cara.

Un nombre, es una excusa que ponemos para conocernos
desde fuera de nosotros mismos, hacia los demás.
Dos nombres son caras siempre de la misma moneda.

Llamarte así, como yo te llamo, es una responsabilidad.

Es la misma intimidad que se tiene sentado a la mesa
preguntándonos porque el salón es está fiera sin domar.
Basto, inmenso, como si no tuviera infancia
y su voz fuera la cadena sujetada de los parques,
habitados por niños de cordones desatados.

Hoy, arena compartida entre el fondo de los cubos.

Debe ser que crecimos siempre así, imitando.
Imitando las paladas entre castillos de princesas
criadas en las cortes de las jaulas de plástico chino.

Nuestras rutas nunca trajeron seda
era un color distinto el de las rodillas peladas.

Lo dices, como si alguna vez hubieses sonreído de verdad.
Estas canchas son un patíbulo violento en el que aprender.

Y yo pretendo aprender a besar igual que si tuviera 5 años,
con la misma curiosidad con la que nacen las cigüeñas.

Y un nombre vale, lo que cuesta dejar un rastrillo.
No termino de reinsertarme nunca, soy un chico complicado.

Rompo peonzas porque nunca se me dio bien saltar.



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