lunes, 23 de junio de 2014

Pies negros

Aquel fuego extraño quemaba sin hogar.

Y no lo juzgo por querer arder así
tan primitivo en su odio rojo
al detenerse en la carne goteada
del color que pinta un primer beso
cuando se da desnudo.

Yo doy desnudo un uso distinto a los hogares.

Conozco las banderas y los pueblos
que han muerto por una mujer distinta,
juventud, ideal y belleza.
La revolución siempre se impone
con la misma pasión con la que se ama
a alguien que sólo existe cuando nadie
vigila el baúl sediento del cráneo.

Los huesos negros de los cuervos no distinguen
las alas blancas con las que el polvo inunda la nariz.

Es inútil preguntar dos veces el nombre a alguien fatigado.

Lo que es eterno, el placer, la muerte y la costumbre,
pueblan hogares sedientos del sexo del interior de la ropa.

Tu interior huele como un crimen perfecto.

¿Has preguntado alguna vez al silencio como suena así?
Así cuando me quito la ropa, desabrocho los hogares,
y el fuego es más rojo cuando el cráneo no está enterrado.

Hachas de guerra para los cuervos.

Piel y sexo para los hombres descalzos
que bailan la lluvia igual que un indio,
nativo y sabio como una palabra de tierra
dicha desde el mundo.

El mundo de alguien fatigado y sin amor.

Hablo del amor que puede tener un indio a sus zapatos,
oprimido y con la misma libertad proscrita de un salvaje,
sin oeste, ni tierra que dominar con una cruz o una costumbre.

Acostumbrado a llorar lluvia y sangrar alas blancas.
Salvaje educación de mujeres fieles al castigo de las madres.

Clavado en la pared y con iniciales en vez de nombre.

Ilustre
         Nombre
    Redentor
                    Inamovible.

In G minor y sin Adagio.
Claro, como la luna.

Feroz animal educado en la paz griega.

Mi testimonio es tan antiguo como el odio que se enseña a un hijo
que nunca ha entendido, la fatalidad severa del que nace sin padre.

Salvaje y moldeado con el barro y la sangre de las alas blancas de tu lluvia.

Mido la paz en pies.
Conozco la guerra blanca de la piel y el mito.

Decirte así. Incitando a la paz, buscando el mismo honor con el que se muere en la guerra.

Besa la cicatriz negra de los huesos con los que un día te ame
y te queme con el mismo rojo, con el que nace el oeste
salvaje y solitario desenterrando del cuerpo marrón.
El cáncer inamovible, de la redención de tu nombre ilustre.
Pido perdón Padre, pues ella es pecado.

Te escribo pagano con la misma neutralidad, que una pisada ennegrecida por su huella.

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