Me gusta contemplar
el espectro salado y suave
de la llama apagada
lágrima
a lágrima.
Incendiando la mejilla,
el viscoso aceite
del motor
esparce
la tristeza
en forma redonda.
Riega el mundo
una pestaña
sincera.
El silencio
sufre
y nadie
dice
nada.
Su látigo invisible
también esclaviza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario