Fue aquel ángel,
el que con su
suicidio,
envolvió su torrencial
pluma mientras
jadeaba la lluvia
entre párpado y pestaña.
Y entonaron entonces las
manos recogidas de su padre.
Como un chasquido
leve y pronunciado
con la garganta encogida;
Los diálogos
de la piel,
un hueso, otro,
el tendón
del dedo que todavía
no se ha pronunciado pronto.
Llegamos tarde al amor
y al tiempo.
Levantó su máscara;
Debajo no había
ojos vigilando.
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