domingo, 2 de noviembre de 2014

De espaldas

Se quedó su voz en mi garganta.
Anónima, así te conocí.

Te he visto cruzar tantas veces
el vagón, su carga humana
enfrentada contra mí
entre montones y montones
de gente.

Eras aquella mujer de espaldas.

Testigo de los hombres que miraban,
ausente, él, quiero decir, yo.
Apretabas el espacio que hay en los
pronombres.

En potencia de ser, él, quiero decir, yo.
Te miraba de espaldas.

Era aquel hombre.

Sigo siendo ese hombre
que espera que te subas
en tu estación.

Tal vez, hablar, preguntarte.
Decirte, hoy te he vuelto a ver.
Hacia tiempo de ti.
Hace tiempo de nosotros.

Montones y montones.
Gente repetida de gente.

Todos los días miro,
espero ver una espalda conocida.
Poner rostro a un cuerpo
elegido del montón.

Era aquel hombre, yo,
el que estaba de espaldas.

Por eso nunca te termino de ver completa.

Hay razones para no mirarme a la cara.
Una de ellas, puedes ser tú.

La otra se encuentra en el montón.

Gente delgada, en una línea
cada vez más gruesa.
Esperando siempre que aparezcas
en los próximos dos minutos.

De espaldas o apilada en el montón.

Hoy no te vuelto a ver.

Tendré que volver a esperar
a los dos minutos de mañana.

O, a colocarme de espaldas,
de cara a la próxima estación.





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